28 de abril de 2018

COMENTARIOS- DANIEL PEREZ Y JULIO SAPOLLNIK SOBRE LA OBRA DE IDA DE VINCENZO


Ida De Vincenzo por Daniel Pérez 
Empeñoso buceador de los sentimientos más íntimos, frágiles y delicados que residen en las profundidades de la conciencia, Proust dedica, en el comienzo de su obra inmortal, un homenaje al "edificio enorme del recuerdo", cuya acción revive en la memoria las formas, los colores, las superficies y la presencia de las cosas que se han derrumbado cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, y las recupera en imágenes inmateriales, "más vivas, más persistentes y más fieles que nunca".
Emigrada de un pequeño pueblo de Calabria cuando era una niña de pocos años, Ida De Vincenzo lo recrea amorosamente en "Cropalati, mi país, mi nostalgia", una visión del terruño mil veces imaginado y resumida en los suntuosos arcos, las viejas escaleras, las ingenuas casas de piedra y las callecistas empinadas que guardan el eco lejano de sus pasos y de sus risas infantiles. Seleccionado para reresentar el escudo cívico de la Asociación Terra Mía, el "Cropalati" de Ida De Vincenzo, podría parecer un pueblo semejante a cualquier otro de los muchos que existen en la región, pero un secreto hálito proustiano lo une como un puente invisible al corazón de la autora, cuyos latidos resuenan en el más genuino y entrañable de los ámbitos: el edificio enorme del recuerdo.

Ida De Vincenzo por Julio Sapollnik
En ningún país del mundo la vida del inmigrante es fácil; intentar buscar nuevas oportunidades en otras tierras, corrido por la guerra, la hambruna y la desesperación deja una marca inolvidable...más aún desde la infancia. Así ocurrió con Ida De Vincenzo, cuando con dos años de edad su familia decidió dejar Italia para probar suerte en la Argentina. Ida dejó un pueblo muy pequeño de Calabria llamado Cropalati, que a partir de ese momento se convirtió en un tesoro para su memoria. Creció escuchando historias de vida en una tierra lejana pero presente, ya que se hablaba su lengua y se acompañaban sus días con sus sabores. Por esta razón Ida pinta y fotografía lo que siente. Es común verla en la Asociación Calabresa de Buenos Aires compartiendo, junto a otros inmingrantes, historias sobre la paz, la guerra, el arte y el trabajo. Después de 50 años pudo regresar a su pueblo natal, donde encontró el cariño de la familia extensa y descubrió también el esplendor del paisaje. El horizonte europeo es corto, siempre hay cerros o desniveles naturales que crean pantalla. Por el contrario, el paisaje en la Argentina es extendido, nada se interpone ante el que mira y busca su horizonte. Todo está en su fotografía; lo construído por el hombre acompaña la suave ondulación de la ladera, y sus ventanas, posiblemente atesoren otras historias que posean la misma intensidad que las de la autora.